martes, 8 de septiembre de 2009

Tu encuesta no es mi lengua

Changarín es la categoría laboral que los encuestadores proponen para quienes realizan trabajos esporádicos. Encerrada en esa categoría me encontraba el año pasado realizando, casualmente, encuestas. Entre ellas me tocó realizar una encuesta de opinión sobre la juventud que se hacía en toda la Argentina. La encuesta se definía como cerrada por poseer para cada pregunta un abanico de respuestas establecidas y definidas de antemano.

Embarcada en esta labor, le comento a un hombre sobre la encuesta y lo invito a participar. A mitad de cuestionario le pregunto ¿Cómo ve su ciudad de aquí a 10 años?; siendo las respuestas posibles "mejor que ahora", "igual que ahora", "peor que ahora". El señor me mira y me dice: "en 10 años esto va a ser un jardín", "no van a existir las ciudades". Perpleja insisto para que su respuesta encaje en alguna de las opciones indicadas, pero no. Termino escribiendo debajo y en lápiz lo que el hombre me dijo. Tiempo después lo llaman para pedirle que elija entre las opciones preestablecidas, porque lo suyo no había sido una respuesta válida.

El lenguaje, analizado aquí desde el texto encuesta, dibujan la cultura de quien/es la realizaron, sus conceptualizaciones y concepción del mundo[1]. Mundo en donde, por ejemplo, las ciudades tienen futuro de continuidad. Noción que me generó ruido al pensar que las cosmovisiones de las personas a quienes está dirigido ese cuestionario no parecían tener en cuenta en su discurso. Me pregunto entonces, entendiendo que las formas del lenguaje inciden en la conformación de las relaciones sociales, ¿Qué relaciones sociales generan esas preguntas en donde el encuestado se ve expuesto a responder desde categorías y experiencias que no refieren a su cosmovisión, sino las de quienes la formularon? Y para eso me pregunto ¿Qué se hace con los resultados de esas encuestas?.

Creo que las encuestas deberían ser un caso de estudio de glotopolítica en tanto generan relaciones de poder a raíz de la no inclusión del otro en sus preguntas, ya que delinean un mundo en donde su cultura no encaja. Donde no existe la posibilidad de que no hayan ciudades de aquí a 10 años.

Pero por sobre todo, porque aparecen como formas transparentes de lenguaje, como si la formulación de una pregunta no contuviera en ella misma premisas de una cultura determinada.

Peor aún, las encuestas de opinión afirman escuchar a la gente, cuando creo más bien, que se trata de pedirles que respondan desde las categoría que otros imponen como válidas. Situación que se vuelve conflictiva a la hora de analizar qué es lo que se hace con esas encuestas. Pensé, por ejemplo, que podría tratarse de resultados que delineen políticas de Estado (como se hace generalmente), entonces... ¿Cómo pueden gestarse políticas que respeten y abarquen las diferencias si se trabaja con una base (encuestas en este caso) que no respeta?

Creo que es un modo de ejercer poder desde el lenguaje. No queremos que pienses que las ciudades no van a existir, sino que nos digas como las ves en 10 años... ¿Cómo puede uno responder a esa pregunta si cree que las ciudades no van a existir? ¿Que valor va a tener la cruz en alguna de las opciones si no se trata de lo que el otro cree?.

Considero que analizar las encuestas implica no solo reconocer la cosmovisión de quienes la realizan, y la forma en que definen a sus encuestados; sino la dimensión relacional de poder que entretejen a partir del lenguaje. Como dice Narvaja de Arnoux, la Glotopolítica estudia las distintas formas en que las acciones sobre el lenguaje participan en la conformación, reproducción o transformación de las relaciones sociales y de las estructuras de poder.

Trabajo realizado en el año 2009 para la materia "Principios de linguistica antropológica", de la carrera Antropología de la U.N.R.

[1] Como dice Lacanno existe ninguna realidad prediscursiva. Cada realidad se funda y se define en el discurso". De este modo, la cultura puede definirse como la forma de vida y pensamiento que construimos, negociamos, institucionalizamos y, finalmente (después de que todo se ha hecho), terminamos llamando ‘realidad’ para reconfortarnos (Bruner).

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